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Este libro explora la irresistible atracción de una metrópoli que, como diría Thomas Wolfe, «por horrible que sea su aspecto, es recordada como una ciudad de una belleza altiva y apasionada, el lugar del eterno deseo y también aquel donde los hombres sienten que su vida será colmada gloriosamente y su hambre saciada..

Nueva York es, al menos, dos ciudades: la real, dormitorio y escenario donde se afanan ocho millones de almas, y la mitica, la fabricada por el cine y la televisión, Pero sobre todo ha sabido ser radicalmente fiel a sí misma haciendo de la metamorfosis su verdadera naturaleza. A su potencia y resplandor sucumbieron los terroristas del 11-S: quisieron herirla en lo más vivo incrustando dos aviones cargados de inocentes en sus torres más altas. Nueva York es la ciudad por antonomasia, de ahí el odio que suscita entre los fanáticos y los puros. A pesar de todo, no le ha ido mal: ha sabido compaginar la realidad del deseo con el humo de la quimera. Ahí radica su misterio y seguramente su imán.

El autor, que vivió siete apasionantes años en Manhattan, reconstruye la historia reciente y lejana, se pregunta por quienes han levantado sus puentes y han trazado a hachazos de genio y de codicia, su perfil ciclópeo, y propone una teoría de Nueva York en la que los recuerdos íntimos y el fragor de la ciudad hacen masa. Como dice Alfred Kazin, cuanto más masiva e inaccesible llega a ser la fortaleza urbana, más imaginativo es su espacio interior.