Historia

A medio camino entre una década que convenía olvidar y de una nueva que florecía entre nubarrones, los que nacimos en 1949 fuimos protagonistas de una época que se desvanece lentamente y de otra que llegaba con la promesa de que algo iba a cambiar. Durante ese periodo, conocimos los últimos suspiros de una España que sigue enganchada a la radio, al NO-DO, a la leche en polvo y a las canciones de Antonio Machín, y abrimos de par en par los ojos a la televisión, al Seat 600 y al Twist. En un camino tan tortuoso como apasionante, pasamos de la infancia a la juventud con la misma facilidad con la que asistíamos al creciente trasiego de emigrantes en busca de una vida más digna, las «hazañas» deportivas, el nacimiento de ídolos infantiles y la sensación de que España empezaba a ser diferente.

Somos hijos de los años duros de la posguerra, del alimento escaso, de las cartillas de racionamiento, del estraperlo, de la mano dura, del yugo y las fechas de la evocación de un pasado histórico idealizado en busca de valores y antiguas glorias, del faro de Occidente, de la voluntad inquebrantable, de la religiosidad que lo impregnaba todo, del Auxilio Social y La Gota de Leche, de las organizaciones juveniles de Falange, de la Sección Femenina de las coplas de la Piquer, de la voz de Antonio Molina, de los boleros de Machín, del cine como vía de escape de una realidad gris, del No-Do.

Es bonito pensar que fuimos los hijos de la esperanza. Llegamos con la paz, cada cual con sus circunstancias. Nuestra infancia se desarrolló en plena posguerra, con lo que eso significa. Nos tocó una época dura, de mucho trabajo y pocas comodidades, pero supimos sacar todo el partido a lo que nos rodea y nos animaba siempre un constante afán de superación Este libro es una invitación al lector, desde la evocación personal y la contextualización histórica, a colocarse en estado de memoria placentera; a dejarse trasladar por los tebeos, el cine. la radio, las verbenas, los bailes… a los primeros 18 años de vida de quienes nacimos en 1940.

Quienes nacimos en 1942 fuimos testigos, en nuestra niñez y primeros años de juventud, de muchos acontecimientos decisivos que cambiaron el mundo. Hoy, bucear en esa época de nuestra vida despierta en nosotros imágenes, sonidos, olores, sensaciones que nos devuelven a la inocencia y la ilusión con que comenzamos nuestros pasos por la vida. También nos hace revivir con una alegría renovada los tiempos bulliciosos de los juegos callejeros, de las canciones de la radio, de las tardes en los cines de sesión doble, del fin del estraperlo y del inicio de una nueva década que traería promesas de prosperidad, con los planes de desarrollo, los coches utilitarios, los primeros turistas en nuestras costas…

En los años de nuestra infancia había cartillas de racionamiento, estraperlo, pertinaces sequías, conocíamos las noticias por el no-do, nos colgábamos de los tranvías, nos quedábamos demasiadas veces literalmente a dos velas y teníamos trillado el camino que iba a la fuente a buscar el agua que no salía de los grifos. Suspirábamos por comer pan blanco, el pollo era manjar de fiesta, los mozalbetes llevábamos pantalones cortos y las niñas vestidos de corte y confección. Atesorábamos juguetes de fabricación exclusiva, pues los hacíamos nosotros, como los balones de trapo o las espadas de madera. Asumimos el afán de nuestros mayores por reconstruir, por cerrar las cicatrices, por crear un mundo mejor en el que vivir en paz y bienestar. Y al final de la adolescencia nos sumaríamos al lema «Haz el amor, no la guerra!».