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Según los historiadores, el año en el que nací 1946, no fue precisamente el mejor de la historia de nuestro país. Pero poco Importa porque todos los años tienen sus propios problemas Los que nacimos en ese año estamos orgullosos de haber sido exportadores de primera fija de grandes cambios. No había tanta tecnología como ahora pero estrenamos muchísimas cosas… El frigorífico, el televisor y nuestro admirado 600. Aprendimos en una escuela donde las reglas más importantes eran el esfuerzo y el respeto, disfrutamos de la lectura y de nuestros inolvidables paseos con nuestros amigos por las zonas de bares. Unos años que han formado parte de nuestra vida y que para nosotros serán siempre los mejores.

En los años de nuestra infancia había cartillas de racionamiento, estraperlo, pertinaces sequías, conocíamos las noticias por el no-do, nos colgábamos de los tranvías, nos quedábamos demasiadas veces literalmente a dos velas y teníamos trillado el camino que iba a la fuente a buscar el agua que no salía de los grifos. Suspirábamos por comer pan blanco, el pollo era manjar de fiesta, los mozalbetes llevábamos pantalones cortos y las niñas vestidos de corte y confección. Atesorábamos juguetes de fabricación exclusiva, pues los hacíamos nosotros, como los balones de trapo o las espadas de madera. Asumimos el afán de nuestros mayores por reconstruir, por cerrar las cicatrices, por crear un mundo mejor en el que vivir en paz y bienestar. Y al final de la adolescencia nos sumaríamos al lema «Haz el amor, no la guerra!».